Mildred Dobiášová y Naďa Dobiášová
“Nuestro abuelo František llegó a los Estados Unidos en el año 1908, la abuela incluso unos seis años antes. Los dos se dirigían hacia un país desconocido y ajeno con el fin de encontrar trabajo. Mi abuelo estudió para ser panadero y pronto ejerció el oficio en los Estados Unidos, mi abuela hacía de lavandera. Se conocieron aquí y al final se asentaron en Chicago. Tuvieron tres hijos – al hijo František, a la hija Boženka y la hija Anna, que murió aun siendo pequeña.
En el año 1922 decidieron regresar al país natal. Por el dinero ahorrado el abuelo compró una finca en Vlčtejn. Era de verdad extensa – tenía unas 106 hectáreas y él estaba dispuesto a administrarla. Además de eso, dirigía una panadería en Blovice. A los hijos les gustaba el sitio, sabían muy bien checo y no tenían problemas con integrarse en la sociedad. František, nuestro padre, amaba la naturaleza local. En la escuela sacaba buenas notas y muchas veces le obligaban a tocar el violín ante toda la clase para enseñar qué bien lo hacía. Todos estaban muy felices aquí.
Nuestros recuerdos más tempranos y más bonitos se relacionan con los juegos en un jardín extenso y cuidado, con una rocalla y con caminos cubiertos de arena amarilla.
Nosotras dos nacimos durante la Segunda Guerra Mundial. Los soldados alemanes de la guarnición en Nepomuk estaban ansiosos por conocer al “americano de la colina de arriba” (la nacionalidad americana la tenía todo la familia) y a menudo nos visitaban. Pero tenemos que decir que se comportaban de una forma decente. Contaron la extensión de las parcelas y su rendimiento medio, del cual nos han impuesto una tributación obligatoria. Les suministrábamos huevos, carne y otros productos agrícolas. No nos quedaba mucho al final, pero a nosotros no nos importaba vivir de una forma modesta.
Cuando me sumerjo en los recuerdos, los más tempranos y bonitos se relacionan con los juegos en un jardín extenso con una rocalla y con caminos cubiertos de arena amarilla.
Después de la guerra todo empezó a tomar otra dirección, y según mi padre no la adecuada. En el año 1947 regresó a Chicago con el fin de encontrar trabajo y asegurarnos un hogar. No pasó ni u año y yo, mi hermana, madre, abuelo y abuela fuimos en donde él. Con mi hermana no sabíamos ni una palabra en inglés, estábamos vestidas de una forma diferente y los demás se reían de nosotras. En cada recreo llorábamos y huíamos a casa. Ya no queríamos volver. La gente de la comunidad checa nos llamaba greenhorns. Pero la que más echaba de menos nuestro país fue mamá: la patria natal, las posibilidades de hacer deporte, porque ella fue una gran deportista.
El padre obtuvo el trabajo en el periódico checo, donde ganaba 40 dólares por semana. Eso fue el ingreso total para toda la familia. No éramos felices: no teníamos con quien hablar, con quien hacer amistad – al menos durante el primer año, hasta que aprendimos inglés. Además, estábamos casi siempre enfermas, el clima local no era propicio. Nos mudamos algo como siete veces. Al final nuestro padre compró una casa, en la que cupimos todos – el abuelo, la abuela, la tía y su hija.
Durante el otoño de 1948 los comunistas en Checoslovaquia nos confiscaron la finca y la mansión. Nuestra familia estaba furiosa, claro, porque se trataba de un robo, pero seguíamos teniendo esperanzas de que volveríamos algún día a Checoslovaquia. Intercambiábamos cartas con nuestros parientes y conocidos y gracias a ello sabíamos más o menos lo que pasaba allí. En el año 1959 logramos visitar el país natal. Nos quedamos en Plzeň, en donde nuestra abuela, y nos reunimos con todos nuestros parientes, amigas e íbamos a teatros, etc. Desde aquel entonces volvimos en total diez veces. Con muchas personas estábamos en contacto regularmente, otras temían encontrarse con nosotros, sobre todo por la persecución por parte de la policía secreta Stb. A nosotros nos vigilaban también. Mamá decidió un día ofrecerle a ese hombre, que cada noche aparcaba su coche en frente de la casa de la abuela, que entre y tome un café con nosotros. Salió afuera, pero él ya se había escapado – tuvo que asustarse.
Podíamos haber tenido una vida totalmente diferente, una formación distinta. Podríamos haber estudiado con mi hermana ballet, que las dos amábamos y que bailándolo teníamos talento.
Cuando por fin en el año 1989 los checos de nuevo consiguieron la libertad, toda la familia estaba muy feliz. En esa época papá ya no vivía, pero mamá regresaba cada segundo año. Mediante las restituciones obtuvimos la propiedad confiscada. Cuando regresamos a nuestra mansión y vimos los espacios interiores, los cuartos, la biblioteca, el balcón del que en aquel entonces colgaban las flores de papá, casi nos estalló el corazón. Era ni más ni menos una ruina. Sobre todo quedaba suspendida la lástima de los años y de las posibilidades fracasadas. Podíamos haber tenido una vida totalmente diferente, una formación distinta. Podríamos haber estudiado con mi hermana ballet, que las dos amábamos y que bailándolo teníamos talento. En los Estados Unidos teníamos poco dinero. En vez de estudiar, las dos tuvimos que trabajar y al final mantener a toda la familia. Menos mal que también en los Estados Unidos conocimos a muchas personas especiales, la mayoría de las veces de origen checo – fue mediante la organización deportiva checa Sokol, la cual organizaba eventos sociales para entretenerse.
La República Checa la visitamos con mi hermana hace pocos meses y lo pasamos muy bien. Incluso sentimos por un instante, como si de hecho nada de lo que habíamos vivido durante los años en emigración hubiera ocurrido. Y sabéis: respirábamos mejor aquí, la comida nos parecía más rica y saludable que en los Estados Unidos, la gente más inteligente… En nuestro hogar americano todos suelen hablar solo sobre el trabajo o el deporte. Es difícil definirlo de una forma precisa, pero hasta hoy en día nos sentimos más en casa en la República Checa.”
Las hermanas Mildred Dobiášová y Naďa Dobiášová – gemelas nacidas el 23 de mayo de 1942 en Checoslovaquia.